El gallo que se suicidó y otros relatos, parte I y II

Recientemente, apareció en la prensa internacional un hallazgo científico de la Universidad de Columbia Británica de Canadá respecto de los últimos minutos en la muerte de las personas por causas naturales. Se ajusta plenamente a lo que pienso en ese momento decisivo en que están involucradas tantas personas, si el moribundo ha tenido una vida social activa y plenamente familiar. Se dice que el último sentido que se extingue es el oído, por lo que se recomienda compañía, afecto, palabras de amor y paz. Este hallazgo se hace cada vez más importante cuando, en sociedades complejas, ha disminuido en forma creciente el cuidado y protección de las personas, principalmente de la tercera edad. Sin duda, el aislamiento y abandono agudiza el sufrimiento de este paso al buen morir y aleja las posibilidades de considerar a estas personas como seres humanos dignos de respeto y consideración.

Es curioso que esté escribiendo sobre esto, ya que no puedo evitar pensar que me ocurrirá a mí en esos últimos tres minutos. Me pregunto: ¿estarán mis familiares y amigos conmigo en ese momento? ¿Se permitirá que estén en el dormitorio, conversando, con una respetuosa bullanga, acercándose y alejándose de mí en oleadas de cariñosa aproximación emocional? ¿Dirán algunas palabras referidas a mi persona, a cómo les signifiqué en sus vidas? ¿Levantarán ruegos para desearme un paso al cielo, según sus creencias? ¿Rezarán el rosario? ¿Me tomarán las manos? ¿Me besarán las mejillas? ¿Sentiré sus sollozos? El estudio científico concluye que, aunque el corazón y los pulmones ya no funcionen, el cerebro sigue activado esos tres últimos minutos a través del sonido. En suma, estaré muerto, pero casi vivo. Lamentablemente, no podré revivir eso para contarlo y agradecerles a las personas y familiares su compañía en tan importante evento.

Lo que espero, en el fondo, es que pueda oír en esos tres minutos finales, aunque de lejos, alguna de las canciones que escribí en vida. Después, en mi última cama de tablas, que nadie me mire.