| Autor | Sebastián León |
|---|---|
| Colección | Escritor Poli Délano (cuentos) |
| Tamaño | 14×21 cm |
| Páginas | 118 |
| ISBN | 978-956-317-841-8 |
| Año Publicación | 2025 |
$16.000
Microcuentos de Sebastián León
EL MALL INFINITO
En el último nivel del Costanera Center, tras una puerta sin letrero, encontré un ascensor que descendía sin detenerse. Cuando se abrió, no había subterráneo ni bodega, sino otro mall, idéntico pero más silencioso. Luego otro. Y otro. En cada uno, los maniquíes eran más humanos y los clientes más ficticios. Comprendí que no eran centros comerciales, sino versiones sucesivas de Santiago: cada nivel, una ciudad soñada por la anterior. Intenté volver, pero ya no recordaba cuál era el original. Desde entonces, camino entre vitrinas, buscando una salida. A veces sospecho que alguien, allá arriba, me está soñando a mí.
LA MUJER QUE LLORABA SANDÍAS
Hoy, al bajar por Lastarria, vi a una mujer llorando sandías. No lágrimas con gusto a sandía, no: sandías enteras y redondas, verdes y perfectas, saliendo de sus ojos como si fueran lo más lógico del día. Un niño se acercó, tomó una y dijo: “Gracias, mamá”. Entonces ella rió, y comenzó a llorar tomates. Un poeta quiso escribirlo, pero su lápiz se convirtió en pepino. Yo no supe qué hacer, así que anoté la escena en mi zapato izquierdo.
Desde entonces, cada vez que camino por Santiago, mis pasos huelen a fruta y nadie entiende por qué me da tanta hambre.
EL HOMBRE QUE DESEÓ RECORDAR
En los márgenes polvorientos de un tratado neoplatónico mal traducido al latín, Aurelio del Toro halló una nota al pie que afirmaba la existencia de una palabra secreta: una sílaba que, al ser pronunciada, restituía al alma el recuerdo completo de todas sus encarnaciones. Durante años buscó la palabra entre libros apócrifos, códigos herejes y sueños ajenos. Finalmente, un mendigo ciego en Alejandría se la susurró al oído. Aurelio la pronunció en voz baja, y en ese instante supo que había sido rey, asesino, madre, animal, y dios menor en un panteón olvidado. Supo también que, tras cada vida, había implorado el olvido. Desde entonces, encerrado en una celda sin tiempo, repite la palabra una y otra vez, no para recordar -que ya no puede evitarlo-, sino con la esperanza de que, en algún punto del infinito, el olvido vuelva a compadecerse.